La historia de la Virgen de la Piedad: una devoción que nació sobre ruedas y se convirtió en tradición
Un paseo en jardinera en 1933 entre el padre Julio César Suárez y un inmigrante italiano dio origen a una de las advocaciones marianas más queridas de la ciudad. Hoy, la imagen de la Virgen de la Piedad es símbolo de fe, comunidad y pertenencia.
Corría el año 1932 cuando el presbítero Julio César Suárez llegó a Belgrano Capital Sud para asumir como el primer párroco de la recién creada Parroquia San José. Cargado apenas con un colchón, su cama, algunos libros y una misión pastoral, el sacerdote dejó su cargo como prefecto del Seminario para enfrentarse a una zona de quintas y chalets deteriorados, donde la carencia era tan marcada que ni siquiera había sillas en el templo.
La familia Catelier donó las primeras cuatro sillas, y los Cadro le facilitaron una cama. Para poder recorrer su vasta jurisdicción —que llegaba hasta San Benito y Upianita, a unos 30 km— Suárez consiguió un sulqui y un caballo prestado por la familia Santillán de García. En esos trayectos, notó que muchas familias de origen italiano, dedicadas a tambos y pequeños comercios, no asistían a misa. ¿Cómo acercarlos a la iglesia?
La respuesta llegó de forma insólita y providencial en 1933. Una tarde sin ómnibus, el sacerdote le pidió a Don Antonio Pécora que lo llevara en su jardinera. Durante el trayecto, Suárez le preguntó por la devoción popular en su pueblo natal, Petineo. Pécora respondió primero con “Santa Oliva”, pero ante la desconfianza del cura, sugirió otra: la Virgen de la Piedad. “Ahí está, me gusta porque ensambla con una devoción universal: Cristo y la Santísima Virgen María”, le dijo el sacerdote.
Minutos después, frente a la casa de la familia Yagüe, Pécora detuvo la jardinera y señaló a un conocido italiano que venía caminando. “Dígale a este italiano que venga a la reunión”, le propuso. Ese gesto marcó el inicio de una organización que uniría fe y comunidad.
El padre Suárez volvió a pie al barrio, casa por casa, invitando a los vecinos. A la semana siguiente, una primera reunión con ocho italianos fue postergada porque el cura estaba con gripe. Pero al poco tiempo, el templo se llenó con más de 40 hombres de la colectividad. Allí se formó una comisión presidida por Don Francisco Di Piazza, con el objetivo de traer desde Córdoba una imagen de la Virgen de la Piedad y organizarle sus primeras fiestas patronales.
La celebración fue fijada para el último domingo de agosto y, con los años, la devoción creció de forma tan vertiginosa que llegó a convocar a más de 10.000 fieles. La iniciativa del joven sacerdote, combinada con el fervor de los inmigrantes, transformó aquella semilla en un símbolo profundamente enraizado en la identidad del barrio.
No faltaron las dificultades: desacuerdos internos, cambios de liderazgo y problemas de dedicación amenazaron la continuidad de la asociación. Sin embargo, prevaleció el espíritu cristiano y comunitario. “La iglesia es como un grano de mostaza, nace de una semilla insignificante y se transforma en un árbol frondoso”, recordaría luego el mismo Suárez.
Con el paso del tiempo, la imagen fue trasladada al cruce de Castelli y Santa Fe, donde se levantó un nuevo templo impulsado por referentes como Don Santi Fulco y Muratore (hijo de Don Rosario). La obra, el templo y la comunidad que la sostiene son hoy motivo de orgullo para todo Belgrano.
El sueño del sacerdote no solo logró revivir la fe de una colectividad; también integró culturas. Si la Sociedad Española ya rendía culto a la Virgen del Pilar y a Santiago Apóstol, fue gracias al esfuerzo de Suárez y al apoyo del vicecónsul italiano Don Osvaldo De Marco, que la Sociedad Italiana adoptó finalmente a la Virgen de la Piedad como su Patrona.
Así, una devoción nacida en una jardinera se convirtió en un pilar de fe, encuentro y memoria para generaciones de vecinos.