Estaba embarazada de seis meses cuando se enamoró de otra mujer en un chat de citas
Claudia estaba embarazada de cinco meses cuando la soledad empezó a ocupar un lugar en su casa. Vivía sola en La Plata, no tenía pareja, su familia se había quedado en Las Heras, a 150 kilómetros de distancia, y por más que ella había tomado la decisión de hacer un tratamiento de fertilidad con esperma de un donante, gestar y criar a una hija sola, ahora que lo había logrado el futuro se le había vuelto un abismo.
No había sido una decisión fácil, de hecho ser madre soltera por elección había sido un Plan B después de haberlo intentado, sin éxito, con varias de las parejas que había tenido. Lo que sigue lo cuenta a Infobae la propia Claudia Poggi sentada en su auto, durante un descanso laboral.
“Un día estaba especialmente triste, estaba de cinco meses y me sentía muy sola”, arranca y mira por la ventanilla para tratar de no llorar. “Me acuerdo que me apoyé las manos en la panza y le dije a mi hija: ‘Lara, si querés otra mamá buscala vos porque se ve que yo para buscar pareja no sirvo”.
Claudia venía de tener dos parejas hombres, todavía no sabe por qué le dijo a la panza “otra mamá” y no “un papá”.
Un mes después, mientras pasaba el tiempo en un chat de citas de Facebook alguien que ni siquiera tenía foto le escribió “Hola!”. La persona -dijo- tenía 35 años, era mujer, se llamaba Natalia.
Mejor sola
Claudia Poggi nació en Las Heras, provincia de Buenos Aires, tiene 42 años y trabaja de Policía en La Plata. ¿Su orientación sexual? “Tuve parejas mujeres y parejas varones, no tengo rechazo por algún género en particular. Siempre me fijé más que nada en la persona”, define.
En su línea de tiempo entonces hubo una relación de más de una década con una mujer que, además, tenía un hijo. “Lo conocí cuando era un chiquito de dos años, lo criamos juntas”, cuenta con pena, porque tras la separación no pudo volver a verlo. Quiso tener con esa mujer un hijo, pero Claudia no logró llevar adelante un embarazo.
Las parejas que siguieron fueron hombres, con ellos también siguió intentando cumplir su propósito de ser madre. Quedó embarazada una vez pero lo perdió en un aborto espontáneo que nadie supo explicar.
“Hasta que empecé a reflexionar, ‘¿por qué no está pasando?’. Y en mi interior me di cuenta de que era más sano tener un hijo sola antes de tenerlo con alguien con quién no compartiera una forma de vida, o la idea de cómo criarlo”, cuenta.
“Lo que veía era que muchas veces los hijos quedaban de rehenes cuando los grandes se peleaban. Me había pasado a mí y le había pasado a una chica conocida que se había puesto de acuerdo con un amigo para tener un hijo, el chico se había ilusionado con que iban a tener algo más entre ellos y había terminado todo mal”.
En 2014, Claudia fue al centro de fertilidad Halitus acompañada por su hermana. Dijo que su deseo era gestar a un bebé con sus óvulos y esperma de un donante anónimo. Eligió un Banco de Gametos que tiene un programa de “Identidad abierta”, lo que significa que el donante es anónimo pero el bebé que nace puede, a los 18 años, acceder a una carpeta con datos del donante si quiere conocer sus orígenes biológicos.
Le hicieron seis tratamientos de fertilidad de baja complejidad (inseminaciones) hasta que logró quedar embarazada, pero tuvo un segundo aborto espontáneo. Empezaron a buscar qué estaba fallando y una hematóloga detectó que Claudia los perdía porque tenía trombofilia.
Ya con medicación decidieron pasar a los tratamientos de alta complejidad. Lograron cinco embriones y a fines del 2020 le implantaron el de mejor calidad. Funcionó. Claudia por fin estaba embarazada y todo marchaba bien: tenía 40 años, lo había logrado, Lara estaba en camino.
El 1 de junio de 2021, cuando Natalia Mengarelli le escribió “Hola!” en el chat de citas no sabía nada de ella: ni de dónde era, ni qué le gustaba, menos que le faltaban tres meses para parir.
Le preguntó, de hecho, “¿Da para conocernos en persona?” y Claudia, que tardó días en responderle, le contestó con una verdad a medias: “Por ahora no puedo, me estoy mudando”.
Natalia también vivía en La Plata y también era Policía, pero todavía ninguna de las dos sabía de esas coincidencias.
Tu hija, mi hija, nuestra hija
Natalia Mengarelli venía de una relación de 11 años con una mujer. De chica se había imaginado con muchos hijos pero el tiempo y las circunstancias la habían hecho desistir.
“Yo quería tener hijos pero mi pareja no, siempre pensé que la iba a terminar convenciendo. A los 23 o 24 años dije ‘me hago un tratamiento de fertilidad’ y empecé a hacerme todos los estudios. Ella fue sincera, me dijo ‘yo lo voy a querer pero no quiero tener un hijo, no estoy de acuerdo con esto’. Yo seguí adelante pero en un momento pensé ‘esto no está bien, no la puedo obligar a tener un hijo si no quiere’. Y frené”.
Natalia no quería separarse así que enterró el deseo, tanto que se convenció de que, en el fondo, no quería ser madre: mentira.
Tenía 35 años cuando tomó la decisión de emigrar a Italia. “Era enero, me acuerdo que le dije a mi mamá: ‘Má, en julio me voy, tiene que pasar algo realmente extraordinario para que me quede”, sonríe ahora. Sonríe porque fue ella quien, un mes antes de la fecha de partida, le escribió un mensaje a Claudia en el chat de citas y tiró una botella al mar.
Tuvieron la primera cita cuando Claudia ya había cumplido los seis meses de gestación.
“A mí ella me encantó pero bueno, si iba a tener un bebé no era ‘ok, pruebo, si no me gusta, chau’”, cuenta. A medida que se iba enamorando Natalia pensaba “es una hija de ella, no mía, ¿qué lugar voy a ocupar?”. En simultáneo, se respondía: “Pero no hay otra madre, un padre, si la relación continúa podemos criarla juntas”.
Miedos tuvo, claro, si acababa de conocerla. “¿Y si me encariño con la beba y después lo nuestro no funciona? ¿Y si la crío con ella y después nos separamos y para la nena yo soy nada?”.
Algo, igual, la impulsó a seguir adelante.
Lara nació y, más allá de la biología o de los papeles, comenzó su vida con dos mamás. No sólo Natalia se encontró con una maternidad distinta a la que había imaginado -sin gestar, sin vínculo biológico- sino también su familia, que hoy son los abuelos y los tíos de Lara, que ya tiene dos años y dos meses.
El vínculo entre Natalia y la nena fue tan sólido que “un día pensé ‘la quiero adoptar’”, cuenta ella. Así, cuando la nena tenía un año iniciaron los papeles de adopción. Pronto, Claudia será la mamá biológica de Lara y Natalia, la mamá adoptiva.
“Llevamos más de un año esperando, un poco me molesta. En cualquier pareja heterosexual va el hombre y dice que es el padre de un bebé recién nacido, lo anotan y ya está. Cuando es una pareja de mujeres hay que hacerle un juicio al Estado, todo un trámite burocrático larguísimo y un desperdicio de recursos cuando en definitiva queremos darle más derechos a la nena, sumarle familia”, sostiene Natalia.
En camino
La cuestión es que este año, en simultáneo, Natalia terminó de desenterrar aquel deseo: “¿Y yo? ¿Podré llevar un embarazo, parir, amamantar?”.
Claudia, que ya había pasado por eso, le devolvió el apoyo: “Si es lo que vos querés yo te acompaño”.
Natalia se hizo dos inseminaciones con sus óvulos y esperma de un donante. Quedó embarazada la segunda vez, pero lo perdió tras un aborto espontáneo. Fue en el mismo centro de fertilidad que se les ocurrió recurrir al método ROPA. Es decir, transferirle a Natalia alguno de los embriones que le habían quedado congelados a Claudia del 2020 para que pudiera llevar adelante un embarazo.
El método ROPA es muy común en parejas de mujeres porque permite que las dos participen activamente del embarazo: una poniendo los óvulos, la otra, gestando y pariendo.
Habían quedado cuatro embriones. Probaron con el primero. Quedó.
Natalia acaba de cumplir cuatro meses de embarazo. Es un momento de mucha sensibilidad, las dos están en carne viva.
“Lo que menos me imaginé en aquel momento es que estando embarazada y sintiéndome gorda como un pochoclo iba a conocer a alguien que nos quisiera así, a mí y a la beba que iba a nacer”, se despide Claudia, y vuelve a mirar por la ventanilla para no llorar.
“Yo voy a estar siempre muy agradecida -cierra Natalia, a la que ya se le está notando la panza-, y ya nadie puede controlar el llanto. “Ella me permitió ser mamá, de Lara por adopción y ahora. Mirá la familia que estamos formando”.